jueves, 10 de diciembre de 2009

(3/15) Brujas voluntarias

Temporada 1 – Episodio 5 – Entrega 3.






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4

 

DesiSmall[1] A las mujeres que les ponen el cuerno les recomiendo que sean prácticas, ante todo.

Sólo hay dos tipos de hombre: los que reconocen sus infidelidades, y los que son mentirosos. Las probabilidades de que un hombre sea infiel son del 100%, lo que nos deja claro que tarde o temprano el desliz va a suceder, y las preguntas que sobreviven sin respuesta es cuándo, dónde, con quién, y qué tan serio será.

El detalle es que las mujeres no son prácticas, y es donde todo naufraga, pues a veces sus reacciones son un despropósito y una falta de consideración al contexto histórico del género humano y sus costumbres. Desde el inicio de los tiempos, en los cuentos la bruja siempre pierde y la princesa siempre gana, vamos, es axiomático. Entonces no entiendo por qué cuando una mujer sabe que teniendo una relación estable con un hombre aparece otra mujer, automáticamente se convierte en bruja. Berrea, maldice, avienta cosas, amenaza, echa lumbre por los ojos y predice una muerte horrible para la zorrita esa que apareció muerta de hambre y de la nada, con el único propósito de joderla a ella. Eso provoca que la otra mujer automáticamente se convierta en la princesa comprensiva que no causa problemas, la respuesta a todos los azares, la panacea de amor incalculable, incluso sin mover un solo dedo. El resultado es que al final la princesa se queda con el hombre, y la bruja comiendo sapos. Habrá mujeres que digan «pues que se largue con la otra para que le lave los calzones». Pues bueno, es una posición muy digna, siempre y cuando la mujer ya sepa cómo lidiar con la soledad, cosa que sólo pasa si ya estaba harta del tipo y que se largue es una bendición, o bien porque ya tiene a alguien en lista de espera para tomar el lugar del otro, para cubrir el coño vacante. Si las mujeres no pueden controlar su temperamento al darse cuenta de una infidelidad, mejor que compren un listón rojo, hagan un moño y se lo amarren al hombre en la verga, y se lo vayan a entregar a la otra mujer en una charola de plata.

Pero si lo que quieren es quedarse con su hombre, o de plano tener una venganza deliciosa, deberían pensar que se trata de una guerra, y si la guerra es contra un coño, pues hay que responder con el coño, con el culo y con la boca. Las esposas deberían saber que está más que comprobado que no es suficiente para retener al marido ni los hijos, ni el patrimonio, ni los reminiscentes pasados; sólo es capaz de retener aquello que enamoró al principio, aquello que lo atrajo la vez primera, eso que su madre no podía darle; los motivos que un hombre tiene para estar con una mujer se mantienen constantes, y existían ya cuando no había hijos, ni patrimonio, ni reminiscencias. La guerra es con esas armas, no con otras.

Las esposas tienen la ventaja de que el hombre duerme en su techo, come su sazón, vive su tiempo y en general le conocen sus gustos, quizá comparten hijos, forman parte de su historia, él carga varios rasgos que aprendieron juntos, y hay recuerdos placenteros que es sencillo convocar.

Yo propongo la siguiente estrategia: basta con decirle al hombre que no hay problema si ve a otra, pero que no desatienda lo que hay en casa. Si coges allá, coges acá; toda la estrategia descansa en exigir que haga en el hogar justo lo mismo que hace afuera, con las mismas acrobacias y la misma frecuencia, con los mismos detalles y las mismas sorpresas, en los mismos moteles y con los mismos juguetes. Todo, desde luego, con discreción absoluta: nada de andarse paseando por la ciudad con la muñeca nueva; no sobra decirlo, hay que hacer todo con protección, para que luego no salga con que mi amorcito hazte la prueba del SIDA o úntate esta crema. Si el hombre quiere ser infiel, ese es el precio que hay que pagar para no ser molestado en esa nueva relación que indebidamente inició. Al hacerlo así, la nueva relación es permitida, ya no hay engaños, ni secretismos, y por tanto la magia de lo prohibido desaparece, y sólo quedan dos mujeres en contienda.

Si el hombre no acepta el trato es porque ya está emocionalmente muy involucrado con la otra, al grado de deberle fidelidad y lealtad; si es así, el caso está perdido y sólo resta divorciarse del hombre con el mayor lucro posible y sin misericordia alguna, pues al fin y al cabo, las leyes siempre han estado del lado de las lágrimas, y no hay feminismo que cambie eso.

El otro caso es que el hombre acepte ser un pendejo irremediable y egoísta que quiere estar con dos a la vez. En el fondo estará aceptando que todo el asunto tiene que ver con una soledad y una confusión que nada tienen que ver con la mujer, pues es un vacío interno que trata de llenarse con carne; de ser así la cosa tiene remedio si la mujer es capaz de hacer a un lado su ira y su sed de venganza, y mira la relación otra vez con nuevos ojos, como quien mira lo más maravilloso que le ha pasado. Si la otra pensaba algo serio, vamos a ver qué tal soporta si el hombre huele a su casa, y me refiero a que su ropa huela al lugar de donde viene, que la verga le huela a otro coño que no es el suyo, que llegue lleno de marcas en el cuerpo hechas por la mujer con la que supuestamente ya no hay nada, vamos a ver qué tal soporta la presencia de la nunca nombrada pero siempre presente, de sentirse engañada respecto a un derecho que ni siquiera tiene todavía, y sobre todo, eso de estar viviendo una situación sólo porque otra lo permitió. Si era cuerpo sólo de un rato, se marchará pronto porque a nadie le gusta ser plato de segunda mesa. En esas condiciones, imposible tratar de ser algo más, ser alguien.

La ventaja que una amante puede tener es de contexto, no de encanto. Todas las mujeres vienen con el mismo equipo al mundo, así que no hay excusa para no hacer lo que la otra haga, e incluso se puede hacer sin perder la pose de gran señora; las esposas deben dejar su rol de mamá y señora de la limpieza, y comenzar a ser un poco zorras en la casa; en el intento no se van a aburrir, quizá aprendan cosas que nunca sospecharon, y encima de ello, habiendo recuperado a su hombre de los brazos de la otra, tienen el poder al final de decidir si se quedan con el hombre o le piden que se largue, pero no porque las dejen, sino porque ellas lo decidieron así.


5

Pero bueno, dicho en pocas palabras, el plan era entonces una buena tardeada con Mina, Vica y Vanette, con la fina presencia de Marcus y un servidor. Es tan delicioso el cuadro de la tardeada que me están entrando ganas locas de preparar una jarra de limonada personalmente.

Difícilmente podría haber surgido algo tan poderoso como para que yo sacrificara una tarde que se anunciaba tan divertida. Es más, existían unas casi nulas posibilidades de que algo me distrajera de mi propósito. Pero como sé bien, las remotas posibilidades siempre me ocurren. Soy un magneto de lo inverosímil. Siempre me encajo la aguja en el pajar porque el gran D tiene su propia agenda de mi vida, el muy cabrón.

Recibí la llamada de mi amiga Desirée y todo el mundo desapareció al oír su voz. De forma mágica todo mi espíritu se preparó para los recuerdos por suceder.









Siguiente entrega: (4/15) El dolor une más que el placer.

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