Temporada 1 – Episodio 5 – Entrega 7.
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9
Algo que siempre me llamó poderosamente la atención son las mentes inteligentes. Nunca tomé en serio a las mujeres que consideraba tontas. Me aburren terriblemente. Me las cojo, sí, pero porque la ocasión se presenta. Me quiero acostar con ellas, sí, pero no quiero despertarme con ellas. Dice Joaquín Sabina que la mujer importante en tu vida no es aquella con la que te acuestas, sino aquella con la que te levantas. Tiene toda la razón.
Desi es una de las mentes más brillantes que conozco, y además viene en un empaque de lo más atractivo. Es, definitivamente, una de esas mujeres con las que te quieres levantar todos los días para poder ver salir el sol dos veces: una cuando abren los ojos, y otra cuando abren la ventana.
Hasta donde la recuerdo tiene una bella piel blanca, de esa que cualquier color de ropa le va bien. Su rostro es un poco de niña traviesa, de barbilla espigada y boquita sensual, su nariz es respingona y está delimitada por un par de pómulos redonditos y con color de un sonrosado permanente.
Su sonrisa es amplia y sexy. Cuando sonríe te dan ganas de sonreír a ti también. Cuando está en confianza y algo le divierte abre mucho los ojos y se muerde la punta de la lengua cuando ríe, lo que le da una imagen de inocencia malévola. Ella no se da cuenta, pero lo hace.
Sus ojos son grandes, color miel, preciosos y profundos. Sus pestañas son grandes y pobladas, de tal forma que cuando está triste y cierra los ojos no te queda más remedio que hincarte frente a ella y rezarle un rosario. Sus cejas son bonitas, ni muy pobladas ni muy pequeñas, y su frente es amplia, quizá para poder almacenar tanta capacidad de pensamiento.
Su cabello es rubio muy claro, liso, que siempre peina de lado con coquetería. La última vez que la vi fue en una fotografía que apareció en una revista de turismo de alto nivel. Ahora lo lleva a la altura de los hombros, quizá un poco más corto, dado que así lo exige su look de ejecutiva moderna.
Sus hombros son redondos y de bonita forma, y sus brazos son delgados y con unos vellitos diminutos y muy güeros que siempre me gustó ver brillar en días soleados.
Sus pechos son uno de sus mayores atractivos. Grandes, redondos, de pezones rozados. Son naturales aún y cuando parecieran obra de un cirujano plástico. Creo que son copa D, aunque me gusta más medirlos en términos de mis manos.
Su cintura es pronunciada y es la antesala de sus caderas y su hermoso trasero. Sus nalgas son redondas y bien tornadas, firmes y paraditas. No sé de dónde me viene la asociación, pero siempre que veo su cuerpo me acuerdo del patinaje artístico, ya que tiene todo el tipo de las patinadoras sobre hielo. Piernas fuertes pero graciosas, caderas proporcionadas y amplias, con ese algo que no se puede apreciar más que en movimiento, llamado gracia.
Hace muchos años, cuando éramos pareja, la hacía pararse desnuda frente a mí, de perfil. Yo no hacía otra cosa que recorrer con mis ojos y mis manos sus contornos, maravillándome de su divina proporción.
Cabe aclarar que hace años que no hacemos el amor. Hoy recuerdo como lo hacíamos hace ya tantos años y me avergüenzo de nuestra inexperiencia. Siempre lo hacíamos de la misma forma. Ella arriba, yo abajo. Ella abajo, yo arriba. Ya cuando andábamos muy intrépidos, de perrito. Nada más. Teniendo el potencial sexual que da la juventud, nunca experimentamos más allá del placer directo al corazón; nunca me la chupó, nunca la lamí, nunca nada más.
No cabe duda que tiene razón Saramago: La juventud no sabe lo que puede y la vejez no puede lo que sabe.
Siguiente entrega: (8/15) Sorpresa al verme.
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