sábado, 31 de octubre de 2009

(8/20) Exhibicionismo

Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 8.


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Según Miranda, si un travestido hubiera sido lo suficientemente hábil como para esconderse la verga por un tiempo, podría haberse casado con su marido y él nunca se hubiera dado cuenta de que se había casado con un hombre. Es más, al hacer el amor no se habría dado cuenta que no la estaba metiendo en una vagina, pues no miraba nunca por donde se metía; siempre le decía que quería experimentar el sexo anal, siendo que en dos ocasiones ya la había metido por ahí sin darse cuenta ¡ciego de las sensaciones el cabrón, además! ¡Sordo a los jadeos nuevos que denuncian la ocurrencia de lo distinto! En resumen, el problema de Miranda era que la ley de Dios y de los hombres le decían que debía vivir sumisamente con un tipo crónicamente desatento, como hay tantos; en la ruleta de la vida le tocó un cabrón que la veía a veces, pero nunca la miraba.
Como todo buen amigo pude tratar de reconfortarla. Decirle que su esposo es un imbécil, que ella vale mucho y que siguiera tratando de cambiar su forma de ser, pues una buena esposa siempre lograba la mágica transformación de un cavernícola perezoso en un príncipe solícito usando al amor comprensivo como única arma. Resignación amiga, resignación. Pero bueno, ese consejo se lo podía ofrecer su estilista. En el mundo del reverendo Manolo esa alternativa era mucho menos atractiva que mirarla, verla desnuda y ponerle una buena cogida, si le parecía bien y no tenía inconvenientes.

Así fue como supe que le gustaba que la admiraran como lo que era: una exquisitez que debía ser venerada por todos. Algunos lo llaman exhibicionismo. Yo le llamo justicia. Las miradas no se pertenecen a sí mismas, siempre son súbditas de la belleza.


Soundtrack:

Este episodio se lee mejor si escuchas “Te tomaré una foto”, de Tiziano Ferro. Este CD es muy recomendable.

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viernes, 30 de octubre de 2009

(7/20) Indiferencia en casa

Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 7.


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8

Para ser un buen amante es necesario tener de verga lo que no se tiene de escrúpulos, pero más aún, hay que tener un excelente oído. Y bueno, el gran D a veces bendice a tipos como yo, dándoles todo.

Yo a Miranda la conocí haciendo fila en un banco; como vi que estaba insoportablemente buena le saqué plática. No hay nada más evidente en el mundo que una mujer insatisfecha; la ves y sabes que algo le falta. La confirmación la obtienes si la oyes hablar, dándote cuenta si el asunto que la tiene así es pasajero o es crónico, si es un tipo el que la causa o todos, o si es simplemente su compulsiva necesidad masoquista de sentirse desgraciada, que también las hay.

Con muy poco estímulo comenzó a sacar temas de su vida privada, cosa que hacen generalmente las mujeres desesperadas por que alguien las atienda. Yo descubrí la manía de Miranda escuchándola atentamente mientras me trataba de explicar aquello que le truncaba la sonrisa en ocasiones.

Ella se quejaba con insistencia de que su pareja ya no la miraba como antes. Pensándolo bien, creo que nunca la había mirado como Dios manda. La cuestionaba cuando se ponía prendas provocativas para salir a la calle, argumentando que otros la iban a ver. Si se pintaba el cabello de un tono distinto al habitual nadie se percataba. Se cortaba el vello púbico un poco, y sólo se daban cuenta las tijeras. Al hacer el amor era necesario apagar el foco —y los gemidos—, por aquello de los vecinos. Se había hecho nuevos agujeros en las orejas, y ningún comentario. ¿Una tanguita nueva con encaje? Para él, lo mismo unos calzones que otros. Pasaba en ropa interior frente al televisor y su marido le decía que se hiciera a un lado porque estaban pasando el resumen deportivo de la semana. «La carne de burro no es transparente... no me dejas ver los goles», le decía el muy pendejo, no dándose cuenta que la carne que tenía enfrente no era de burro, sino de la más exquisita calidad; con esa actitud, el único que no metería gol era él.


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«Pero la pareja es la única persona que escogemos realmente en nuestra vida. ¿Cómo no te diste cuenta que así era él?», le digo. Ella me mira por respuesta, porque no puede argumentar nada sin sentirse un poco tonta de saber que está donde está porque ella lo decidió así.

«Me casé porque no tenía inconvenientes. Comprendí muy tarde que a veces el amor es una forma de suicidio; es cierto, en mi relación no tengo problemas, pero las áreas de oportunidad son infinitas. No sé cómo fue que comencé a bajar por la pendiente de mi satisfacción; quizá se me quitó lo ciegamente enamorada que estaba, y comencé a necesitar un esfuerzo adicional de aquél a quien sólo le había pedido su presencia para ser feliz. Mi afectividad está en la cornisa de mi tolerancia, gritando con desesperación, pero no hay eco. Ahora soy lo que se llama una mujer transparente, no por la pureza de mis sentimientos y la franqueza de mis confidencias, sino porque nadie ve lo que soy capaz de ofrecerle a la vida. ¡Diablos! Soy tan joven y estoy tan guapa como para estarme quejando de esta forma tan desahuciada.

»El problema con las mujeres es que en cuestión de aprendizaje emocional nos manejamos a veces como todas unas aficionadas. Nos gusta meternos donde los problemas viven, y terminamos viviendo los problemas. Buscamos los círculos viciosos para mejorar su circunferencia; no es que me vista bien para ser mirada con deseo, sino al revés, me visto provocativamente sólo cuando sé que soy deseada ¿qué paradoja no? Dejas de gustar porque eres fodonga, y eres fodonga precisamente porque sientes que has dejado de gustar. Contigo, que me faltas al respeto con los ojos, no puedo más que darte tu merecido, que es una preciosa estampa de mujer. Me molesta que me veas como me ves, pero si supieras cómo lo necesito en ocasiones. En mi casa soy invisible, soy un fantasma que no ahuyenta ni a sus propios miedos de ser nadie. No recuerdo la última vez en que le puse llave a la puerta del baño mientras me bañaba, para que no me vieran la desnudez; y es que cuando a nadie le interesa verte no hay pudor. Ahora soy en mi casa un desnudo a puertas abiertas que se siente menospreciado. Me he vuelto muy exhibicionista en mi casa,  quiero despertar deseos que de pronto creo ya muertos; el macho que me tocó tener en casa cree que ando semidesnuda por la casa porque tengo mucho calor o porque me quiero maquillar sin correr el riesgo de manchar mi ropa con un poco de polvo que se derrama. ¿Es tan difícil desearme?

»Mi marido entra al baño cuando estoy desnuda y me pide perdón por interrumpirme, cuando lo que me gustaría sería que se me quedara viendo, y que aunque yo le pidiera que me deje de ver, él no pudiera evitarlo; me gustaría que me tomara de las muñecas, me arrinconara en una esquina bajo la regadera, donde no pudiera escapar, que me escudriñara con la mirada y con el tacto, sin miedo a poner en evidencia las peores intenciones que en su corazón guarde; quiero que haga con mi cuerpo lo que se le antoje. Sólo así pondría nuevamente el cerrojo del baño y me sentiría propietaria de algo que es importante dar o negar. Las mujeres siempre deseamos tener el poder de decir que no a cosas que incluso deseamos.»


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Este episodio se lee mejor si escuchas “Te tomaré una foto”, de Tiziano Ferro. Este CD es muy recomendable.

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jueves, 29 de octubre de 2009

(6/20) Necesidades de las mujeres

Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 6.


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Además de preciosa es lista, así que no tienes que fingir interés de estar con ella con tal de mirarla. Los diálogos con ella son entretenidos e ilustrativos, profundos a veces, y filosóficos cuando se ocupa. Es una mujer que lee un libro cada mes, así que tiene cultura y no te hará quedar mal si la eliges como tu acompañante para la reunión que desees. Puedes hablar con ella horas y horas, y el tiempo es un latido. Quizá su único defecto es que a veces siento que le falta algo para ser completamente feliz. Hay mujeres a las que la melancolía las hace más preciosas, y Miranda es una de ellas; me gustaría no curarle la angustia para verla en su mejor estampa, pero mi egoísmo no llega a tanto.

¿Por qué no se ve feliz del todo? Mi misión en el mundo es saberlo y aprovecharme de ello para cogérmela, claro, en buen plan.

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A las mujeres hay que ponerles infinita atención. Creo que fue Anaïs Nïn quien dijo que había que quererlas siempre igual y siempre diferente; supongo que se refería a que siempre con la misma intensidad, pero siempre de manera diferente con detalles nuevos y distintos para no ser predecible y aburrido.

Analicemos filosóficamente el punto: Una de las peores estupideces que puedes cometer en tu trato con las mujeres es pensar que se quedarán contigo porque eres guapo. Tal vez te elijan de primera instancia porque eres la perfecta imagen de un macho humano y porque representas un conjunto de genes que sería agradable utilizar. Pero cuando pasa la novedad tienes que convertirte en un artista en la detección de necesidades. Debes ser una respuesta, no una pregunta. Una solución, no un problema. Debes escuchar, más que hablar. Debes observar, recopilar datos, estudiar ánimos, validar tendencias, entender gustos, luego proyectarlos. Por ahí leí que sólo el verdadero amor es adivino. Más bien pienso que la única forma de adivinar las exigencias del amor es provocándolas, o como dice Benedetti, ser la respuesta a una pregunta que aún no se ha formulado. Escuchar, observar, estudiar. Finalmente, aparecer como aquello que la mujer espera, en el momento justo, pero sin valerte de la mentira para ello.

Por esa razón me gusta platicar mucho con las mujeres. Dicen que soy un buen conversador. Quizá se deba a que propongo el tema y luego me callo, dedicándome a escuchar. Las mujeres aprenden más cuando las escuchas que cuando las instruyes, y es que en su naturaleza está que sólo aprenden de sí mismas.

Pobre de aquél que queriendo impresionar a una mujer habla, vocifera y se enfrasca en un kafkiano monólogo muy enamorado de sí mismo, que trata de lo mucho que es, de lo mucho que hace, de lo mucho que tiene, para que al final descubra que lo mucho que dijo no le ayuda en nada para conseguir a la chica y lo que quiere finalmente de ella. La cosa era más simple: ella sólo quería un minuto de oídos.


Si lo que quiere alguien es que lo escuchen presumir y a cambio que le muevan la cola en las narices, que se compre un perro.


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miércoles, 28 de octubre de 2009

(5/20) Importancia de la actitud

Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 5.


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5

Antes de escribir qué pasó este día, debo decir que Miranda me encanta porque carga consigo todos los argumentos que se necesitan para enamorar a un hombre. A veces me pregunto por qué si todas las mujeres cargan con el mismo equipo, algunas mujeres te apasionan y se quedan en tu mente toda tu vida, mientras otras te aburren hasta el infinito. Miranda es, en definitiva, de la primera categoría. Ella no se queda en tu mente. Se queda en tus pupilas.

No tiene que ver nada con la belleza, pienso yo, sino con la actitud. No es lo que tienes, sino cómo usas lo que tienes; conozco mujeres feas que cogen como diosas, y bellas hermosas que son un fiasco en la cama. Me quedo mil orgasmos de tiempo con las primeras.

Su cabello es de un negro lustroso, no muy largo. Hoy lo lleva recogido con la pañoleta, pero sin formalidad, cosa que agradezco infinitamente. Sólo de verlo sabes que se siente bien al tacto y que huele bien.

Su mirada es obscura, no sus ojos. No sabría precisar el color, dado que siempre me distrae la actitud de su mirada, tan misteriosa y enigmática, tan llena de secretos. Decir que la mirada es simplemente un par de ojos y que son de tal o cual color sería trivializar la belleza de la actitud. Tratar de ver dentro de sus ojos es aceptar voluntariamente un trance hipnótico que te llevará a lugares desconocidos, en donde la quietud y la calma dicen más de lo que callan.

Su cuello es un largo pedestal para su sonrisa plena y franca, blanca y uniforme. No sé por qué sospecho que al morirme, la luz de paz que dicen se lleva el alma ha de verse así de brillante. Su sonrisa y su mirada son tan contundentes que todo lo demás en su rostro es accesorio.

Le he dicho que me gusta verla llegar, tanto como me gusta verla yéndose. Y es que verla andando es comprender su figura de mujer, de contornos precisos y proporcionados donde nada falta y nada sobra. Sus pechos son del tamaño de mis manos, y de una redondez generosa además. Su vientre es plano, pero con gracia, y sus piernas están muy bien formadas, tal y como deben ser en una mujer joven pero madura.

¿Hablamos de gracias y redondeces? Bueno, creo que he recordado que su trasero es una delicia; es amplio pero sin exagerar, redondo, apetitoso al extremo. Siempre que vamos a algún lugar le abro la puerta para que pase primero ¿soy un caballero? ¡Claro que no! Quiero verle el trasero, ver como una nalga se le anticipa a la otra en cada paso, disfrutarlo sin la condena que le corresponde a un mirón que es descubierto por aquello que mira.

Todos los tonos de piel huelen diferente, eso me queda claro. Pertenecen a distintas historias y tienen predestinados diferentes futuros. La piel de Miranda es morena y apiñada, y creo que es así porque Dios en su infinita sabiduría consideró que un cuerpo tan bello debía oler a hembra de sangre caliente, de coño jugoso y latino.

Me desespero yo mismo al decir tanto detalle de Miranda, y es que se describe mejor lo que mejor se mira; ¡yo la he visto tanto y tan profundamente, y sin embargo me siento tan insatisfecho al respecto! Su imagen es dinámica; cada nueva vez que la miro hace obsoletas todas las imágenes que mi mente guarda de ella.

Cuando nos vemos ella habla. No sé qué dice por momentos. Yo me pierdo en el asombro y la contemplación de la belleza en movimiento; no por nada la mayoría de las bellas artes son ajenas al mundo de las palabras. Sólo veo su boca grande, moviéndose, reconfigurando al universo de acuerdo a la teoría del efecto mariposa. Generalmente va arreglada, pero no muy maquillada. Entonces puedo notar los pliegues de sus labios y sus comisuras. Ahí, donde me está hablando de no sé qué cosa, me imagino tocando sus labios con la yema de mis dedos. Me fascina tanto la imagen que pienso que soy feliz por un instante. Mi verga, que es una esteta confesa, amante de la belleza profunda y delicada, es decir un pedazo de carne llena de romanticismo y cariño, también opina lo mismo. Es feliz, y por tanto se me pone tiesa, dura y gorda, sólo de admirar a Miranda. Juraría que mi miembro hasta quiere decirle cosas que enamoren al oído, cosas pequeñitas, casi secretos, y probablemente lo haga.


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martes, 27 de octubre de 2009

(4/20) Ejecutando el plan

Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 4.


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4

Cinco minutos después de pensar lo que le haré, llega ella. Me levanto de la silla para recibirla. Le doy un beso en la mejilla, muy de amigos en público. No le digo nada, al menos con palabras que puedan ser escuchadas por las orejas indiscretas que nos rodean.

Con mi mirada le digo: «Hola mi amor ¿cómo estás?». Ella me responde con la mirada: «Estoy bien. Contenta de verte. Te extrañaba tanto ¿si sabes cómo?» «Sé cómo, y sé dónde.» Ella sonríe, y yo le sonrío también.

Ese día iba vestida con un ajustado pantalón de mezclilla deslavado, de Chanel, con cintura a la cadera y sin bolsas en el trasero. Arriba traía una blusita color blanco, de Dolce & Gabbana, que cruzaba al frente y que realzaba la estupenda forma de sus tetas. Yo pienso que Miranda está buena con D mayúscula, y aunque ella dice que sus pechos son grandes —cosa que todas las mujeres dicen—, creo que son del tamaño preciso para lucir la ropa. Es cierto, no caben completamente en la boca, yo lo sé, pero no por eso las criticaría. La blusa no era muy larga así que dejaba ver unos tres centímetros de piel antes de llegar al pantalón, lo cual era muy bueno para mis intenciones; además era sin mangas, lo que descubría sus estilizados brazos llenos de gracia. Como accesorios en los brazos portaba un reloj, elegante pero casual, Techno Diamond, de Techno Marine —según creo—, acompañado con una pulsera de piedras de colores, muy a tono con la bolsa Luis Vuitton y con la pañoleta Hermés de 540 dólares que yo algún día le regalé y que nadie en su casa le preguntó cómo y dónde se la había comprado.

Portaba un chalecito, más por moda que por la necesidad de cubrirse. Lo llevaba sobre su bolsa, sin ponérselo. Otro elemento de su atuendo eran unas sandalias bastante chic que dejaban ver a la perfección sus hermosos pies, mismos que lucían un esmalte estilo francés, mitad transparente mitad blanco. En el tobillo izquierdo traía una pequeña cadenita de oro con una estrellita colgante, lo cual le daba un aire travieso y juvenil.

Sus mejillas estaban alegres, rosadas. Sus labios estaban pintados de un color fresco y en sus orejas traía un juego de aretes de piedras de colores que combinaban con la pulsera. Más allá de todo eso estaban sus ojos y su sonrisa, que hacían excesivos y obsoletos todos los demás artilugios de belleza.

Conforme al plan que he ideado antes de su llegada, tengo una misión imposible que cumplir o mis expectativas con ella se autodestruirán en cinco segundos. Realizo una maniobra con eficacia. Al recogerle la silla por detrás para que se siente, exagero el movimiento, provocándole una flexión muy pronunciada, instintiva y propia del que no quiere irse hacia atrás. Recopilo información respecto a su ropa interior. Veo parte de una tanga blanca, exquisita. Fase uno completada. Ya sentada le menciono que trae una basurita en el cabello; se sacude pero le digo que aún sigue ahí —miento—. Extiendo mi mano para quitarle la supuesta basura, pero sin acercarme mucho provocando que se incline, que baje la cabeza y que le pueda ver un poco el escote mientras pretendo removerle la inexistente basura. Ahí hay un bra muy bonito, con un moño rojo al centro y encaje en las copas. La exploro a fondo pero velozmente, pues necesito información que después usaré. Fase dos completada. Misión perversamente cumplida con éxito.


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lunes, 26 de octubre de 2009

(3/20) Imaginación con malas intenciones

Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 3.


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3

Llego primero al lugar de la cita. Voy vestido totalmente de Christian Dior. Traje muy casual, con camisa de lino. Me instalo y alucino un plan para convencerla de que me permita verla con detenimiento. Requiero creatividad en la mirada, sin duda alguna, pues con ella unos ojos atentos no bastan: se requiere de una mirada irreverente, metiche, pecadora, que al mismo tiempo sea tierna pero salvaje. En pocas palabras, quiere una mirada que la desnude, pero sin vulgaridades, una mirada insaciable pero paciente, que la haga sentirse apreciada. 

Comienzo a imaginar aquello que le voy a decir y mi mente comienza a volar despavorida. Pienso que un hombre sin imaginación es incapaz de crear ilusiones, de sorprender; el problema es que las mujeres creen más en las ilusiones que en las realidades, pues no se caracterizan por su racionalidad. Quieren seguridad, pero rodeada de caos; quieren estabilidad, pero una que esté llena de sorpresas; quieren un tipo que trabaje y sea responsable y cumplido, pero que esté disponible para ellas como si no tuviera otro quehacer, quieren uno que las mantenga y las entretenga al mismo tiempo, quieren que sea encantador y atractivo, adinerado y comprensivo, fiel hasta el tuétano, y su ilusión empieza justo ahí, cuando escogen un buen partido y creen que sólo ellas verán las cualidades de su hombre y que las demás mujeres se quedarán con los brazos cruzados sin intentar quitarles el botín. Es ahí donde la ilusión se convierte en credulidad, pero bueno, sólo ilusionadas se sienten vivas. Afortunadamente lo que me sobra es imaginación con malas intenciones, y puedo darles aquello que les humedece mejor.


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domingo, 25 de octubre de 2009

(2/20) Urgencia visual

Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 2.


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2

La cita recién acordada con Miranda es en un café cerca de mi casa. Ella cree que soy fotógrafo profesional, cosa que no es cierta, pero da igual. Para entretenerme mientras el taxi me lleva a la cita decido enviarle otro mensaje a su teléfono. Le he escrito que el destino hizo que se apareciera el día de hoy por mi vida. Le he dicho que la necesito como los árboles a la luz del sol, que mi vida depende de verla o no el día de hoy; le he dicho que si ella no está en la lente de mis ojos, todo aparece en un blanco y negro tan opacos, tan sin vida, tan monótonos, que me darían ganas de sacarme los ojos y tirarlos por un retrete que tendría que encontrar a tientas en la soledad de mi vida; le digo que no verla es para mí el equivalente a la ceguera, que necesito verla no una hora, ni dos: la necesito hasta que me canse de mirarla, y que para eso harían falta cinco mil años, si Dios me los prestara.

Saber que la miraré es un morirse lento en la inconstancia de imaginarla disfrazada de pasión, es la manifestación de la más pura de las resignaciones: al final sé que se irá, pues ella es siempre efímera, porque así tiene que ser, porque belleza que perdura no es belleza, porque la belleza es siempre escasa, y cuando mucha, no es belleza, y cuando nada, sólo entonces es deseo que te carcome.

Todo arde si le aplicas la chispa adecuada, y con Miranda la chispa está en tus ojos. Que la toques le gusta sin duda, pero debes entender que dejarse tocar no le interesa si no la miras antes con todo el detalle que se merece. A ella hay que tocarla con los ojos, hay que recorrerle la dermis con esa extraña forma del deseo que sólo se sabe expresar a través de las pupilas. Además, hay que convencerla que se deje ver.


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sábado, 24 de octubre de 2009

(1/20) Sacrificio humano

 

Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 1.


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1

El día de hoy tenía pensado ir al cine solo. Mi idea era ver una nueva película de horror ‘que apestaba’, según la opinión de mi crítico favorito de cine. El nombre lo dice todo: Godzilla contra los Muertos Vivientes. Reto Tokio, de George A. Romero. Sin duda alguna es una buena muestra de lo que yo considero cine de arte. El puro nombre me dice que está buena de verdad.

El crítico al que hago referencia escribe una columna en el periódico que leo, en donde recomienda lo que hay que ver y lo que hay que evitar. Resulta que siempre que ese crítico califica a una película como detestable yo la disfruto mucho. Pasó cuando calificó a Pulp Fiction de Tarantino como violenta y vulgar, cuando calificó como aburrida Eyes Wide Open de Kubrick y como predecible Match Point de Woody Allen. En mi opinión, las tres son exquisitas. En resumen, es mi antítesis del celuloide. Si a él no le gusta una película, yo la tengo que ver.

Me fui al cine por la tarde. Ya había comprado el boleto para entrar a ver la película cuando recibo un mensaje en mi teléfono móvil, que dice:


«Estoy a quince minutos de La Condesa, ¿nos vemos?»

El mensaje es de Miranda, una amiga que siempre me da gusto ver. Estoy siendo literal: verla es placentero, pero cansa. Estoy indeciso. Petrificado. Por ahora estoy muy interesado justo por entrar al cine. Soy un ser visual y Miranda es un espectáculo que reduce a cenizas exhaustas el iris de los ojos, pero es un predicamento porque por lo pronto quiero ver muertos vivientes peleándose con Godzilla, que trata de matarlos sólo para darse cuenta que no se puede matar lo que ya está muerto. No entraba en mis planes ver a Miranda, porque en ese caso el muerto viviente seré yo.

Por un momento sigo dudando. ¡Pero qué diablos, si tengo vocación de mártir! Respondo al mensaje.


«En el mismo café de la última vez.»


Ahí está. Sacrificado de mí, como siempre. Decido finalmente por Miranda, aunque no sé cómo sentirme respecto a la pérdida del dinero del boleto del cine. Me dan ganas de dejarla plantada, apagar mi teléfono móvil para que no me encuentre y entrar de todas formas a ver la película. Pero bueno, uno nunca sabe en qué puede ayudar a sus amistades, así que tiene que sacrificarse en ocasiones. A veces mi altruismo me sorprende.


Soundtrack:

Este episodio se lee mejor si escuchas “Te tomaré una foto”, de Tiziano Ferro. Este CD es muy recomendable.

  

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viernes, 23 de octubre de 2009

(9/9) Tiempo que corre

Temporada 1 – Episodio 1 – Entrega 9.

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12

Pero en fin. Procedo a escribir mis vivencias para inmovilizar un poco al tiempo que me toca vivir en infortunio, con la esperanza de que me pase algo que me pueda hacer sentir que no soy un alma en pena que viene a mirar. Más que un diario será un anecdotario pasando revista a mis recuerdos del día y de los que me hicieron ser como soy en ese instante; igual me servirá para poner en papel cosas que si me da Alzhéimer se perderían.

Nunca olvido que el tiempo se va volando, lo que quiere decir que nosotros mismos nos vamos volando. Mientras alguien está viviendo intensamente, otra persona está viviendo en una ociosidad de acciones a la que le gusta llamar paz, para ennoblecerse un poco a sí mismo; el resultado es lo que cuenta, la evidencia de lo vivido queda escrita en las arrugas: sea mucho o poco lo que vivas, el tiempo se desvanece como la niebla a la salida del sol, y tiempo no vivido no vuelve. ¿Qué hiciste ayer, que te hizo ser especial? A veces nada, y dilapidadores de la vida entonces.

No es que proponga una vida disipada, pero vida que no se vivió no es vida, y beso que no se dio fue muerto, y cuerpo que no recorriste es nada, y sentimiento guardado en la mente quizá hizo falta en la boca, para llenar una vida de alguien que te esperaba; el tiempo no puede ahorrarse, sólo utilizarse, así que es preferible arriesgar que pasarse la vida pensando en si las cosas son correctas como las queremos, porque mientras pensamos la vida pasa. Pienso que me extingo, así que busco amar todo lo que pueda; no siempre me va bien, pero al menos me pasan un montón de cosas, por lo general indeseables.

Pero vivir es eso, que te pasen cosas.

Cuando menos lo esperas el presente se vuelve olvido. No hay que dejar que el tiempo haga lo que quiera. Hay que aprovecharnos del tiempo porque de lo contrario el tiempo se aprovechará de nosotros.

Y bueno, no está de más decir que el tiempo es un cabrón que siempre tiene prisas.


Soundtrack: Este episodio se lee mejor si escuchas “Vida Loca”, de Francisco Céspedes.

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jueves, 22 de octubre de 2009

(8/9) Manualidades

Temporada 1 – Episodio 1 – Entrega 8.

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11

No es que sea tan viejo que ya no se me ponga tiesa y que no me quede más remedio que hacer manualidades. Es más bien un asunto de conocimiento y dominio de los tiempos.

Los hombres y las mujeres van a distinta velocidad al momento de excitarse, pero bueno, eso todos lo saben. Lo que sí no parece ser del dominio público es la buena práctica de trabajar un poco con las manos y con las palabras, a manera de calistenia erótica. Esto elimina las diferencias del timing y favorece la llegada al clímax. La idea no es llegar a la meta al mismo tiempo, o llegar siempre, dado que en esta carrera si alguien se siente presionado para llegar todos pierden. Más bien se trata en aumentar las posibilidades del placer de tal manera que todos los que participen cuenten con la máxima oportunidad de llegar al clímax místico, orgásmico nirvana, soma al alcance de todos.

Si algo me ha enseñado la vida es que hay mujeres a las que se les llega al corazón usando una mano. Tener esa filosofía en la vida me ha hecho hábil de tacto, paciente pero intenso, mesurado, por así decirlo. Dadas mis vivencias creo ser alguien confiable para hablar al respecto. Como la práctica hace al maestro procuro tocarlo todo, aprenderme los cuerpos usando el tacto, reconociéndolos y percibiendo las sutiles y delicadas reacciones del más extenso de los órganos sexuales que tenemos, que es la piel.

No hablo de un tacto mecánico, sin urgencia. Mi estado más puro y perfecto, en el que mejor funciono, es cuando me dedico a una mujer totalmente enamorado. No sólo me interesan los tactos precisos: al mismo tiempo amo y me abandono a la dueña del cuerpo que toco, soy suyo por entero, veo en ella a una diosa con debilidades humanas. Quizá la forma tan devota con que las trato siempre me gana buenas amigas. Con ellas nunca tengo problemas. Como decía mi padre con toda la sabiduría que la vida le regaló: “con las mujeres cogiendo todo se arregla, y no hay discusión que un muy buen palo no ayude a resolver.”

No es por presumir pero me dicen algunas conocedoras que mis manos a veces hacen milagros y son divinas. Que tengo manos de ángel, me dicen. Yo me río de la ironía, dado que no creo que los ángeles tengan las mismas malas intenciones que yo; quizá esté más cerca de ser un demonio irreverente y muy tocón.

Entonces mi alter ego me define bastante bien: Manolo es por el uso de manos y reverendo es por la devoción que generan en ocasiones. Fuera de ahí creo que todo en mí vida es accesorio.


Soundtrack: Este episodio se lee mejor si escuchas “Vida Loca”, de Francisco Céspedes.

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miércoles, 21 de octubre de 2009

(7/9) Seudónimo

Temporada 1 – Episodio 1 – Entrega 7.

10

Daisy me sugirió que utilizara un seudónimo en mi diario. Descubrí que dentro de mí vivía un alter ego que aprovechó la ocasión para levantar la mano y decirme que existía. Me pone a dudar si es el único que tengo.

Tiene sus ventajas escribir bajo un seudónimo, pues al escribir mi vida como si fuera la vida de otro me sentiré más libre, según me dice Daisy, más desinhibido y libre de escrúpulos. No sé qué es la inhibición ni los escrúpulos, pero la dejo que se exprese. Igual y me dice que también es por confidencialidad y seguridad a mi intimidad; podría perder el diario en cualquier parte y sería muy penoso que la persona que lo encontrara me pudiera relacionar con todo lo que está ahí escrito, si es que es vergonzoso. Le digo que es innecesario, dado que no me dan vergüenza las cosas que he hecho, sino las que he dejado de hacer. No me escucha. Me ordena que me ponga un nombre ficticio porque es mejor así. Mandona la cabrona, así que para qué discutir con ella.

Decidí referirme a mí mismo como ‘El reverendo Manolo’. No porque sea un religioso ni nada parecido. Lo que sucede es que en el plano de lo sexual me gusta utilizar las manos como herramientas de placer.


Soundtrack: Este episodio se lee mejor si escuchas “Vida Loca”, de Francisco Céspedes.

Escuchar aquí

Siguiente entrega: (8/9) Manualidades.

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