miércoles, 23 de diciembre de 2009

(9/15) La depresión toca la puerta.

Temporada 1 – Episodio 5 – Entrega 9.







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DesiSmall[2] Me pide que la acompañe a la cocina y me dice que está de vacaciones. Su trabajo de directora de relaciones internacionales en una cadena hotelera de escala global le permite elegir cualquier lugar del mundo ir de vacaciones, y sin embargo se le ocurrió que el mejor lugar para tomar un merecido descanso es donde estuviera su Manolito. Lástima que sea la Cuidad de México, pero ese es el precio por preferir el trato de un chilango como yo.

Ha viajado miles de kilómetros para que la escuche. Resulta que está en un periodo de profunda desorientación respecto a su vida. Me da la impresión que está entrando en la crisis de los treinta, y está perdiendo un poco el estilo. Me dice que la depresión le ha estado tocando la puerta, y no sabe si sigue afuera de su vida o si ya se le metió por alguna ventana.

Tiene todo el éxito profesional que una mujer puede tener, pero no se siente plena. Es inútil que le pregunte qué es lo que le falta para ser plena, dado que no lo sabe. Siente un vacío existencial y no sabe cómo llenarlo.

Está por cumplir los treinta este mes y para ella es muy significativo. Los treinta eran para ella un plazo y una incertidumbre. Según ella a los treinta ya estaría casada y sería una profesionista exitosa, con una relación sólida, viviendo la madurez sexual y emocional que las revistas dicen que una mujer de treinta tiene.

Yo la entiendo plenamente. A las mujeres les preocupa tanto cumplir treinta como a los hombres cuarenta. Entran en crisis porque piensan que ya no atraen al sexo opuesto y que no han hecho con su vida lo que hubieran querido. A raíz de ello comienzan a cometer tonterías. Los hombres a ir al gimnasio, a ponerse a dieta, a comprarse una Harley y a conquistar jovencitas que podrían ser sus hijas —pero en versión cachonda, claro—. Las mujeres por su parte comienzan a lamentarse de lo gordas que están y de lo hermosas que son las demás, todas ellas unas zorras.

Como si fuéramos unas comadres en una cocina de pueblo, nos ponemos a platicar confidencias. Espero que no comience a platicarme de alguna telenovela porque tendría que matarla a patadas, pensando en el festín que me estaría dando si estuviera con Vanette. Yo me encuentro sentado en una silla alta mientras ella selecciona y acomoda sobre la mesa los ingredientes que utilizará para preparar el plato fuerte.
En confidencia me dice que se juró a sí misma estar casada a los treinta. Si no sucedía, pues se casaría con cualquiera. Con el primero que se lo pidiera, valiera o no la pena.

¿Pero quién conoce la voluntad de una mujer? Hace tres meses el que era su novio en Londres le pidió matrimonio y ella terminó con él de inmediato. Deseaba con tantas ganas que le propusieran matrimonio que cuando le sucedió se sintió defraudada por su novio, por haberle roto la ansiedad de una ilusión. No sabe por qué lo hizo, y mejor aún, no sabe si debe arrepentirse o no de haberlo hecho. Penalizar a alguien porque hizo lo que querías que hiciera no tiene lógica, y obvio, yo no la entiendo porque no soy mujer.

Verdaderamente le preocupa llegar a los treinta y ser soltera, como si tuviera importancia. Además, no quiere casarse, según me dice. Siente que la vida se le va por la coladera.

«No sé Manolito. A veces me pregunto a dónde se ha ido la sal de mi vida. Todos los días me paro y no me gusta lo que veo en el espejo. Mi rostro luce bien, pero las cicatrices que hay en la mirada son del alma. Veo la gradual pérdida de brillo en mis ojos, la luz se va y se pierde a medida que veo en el reflejo a una persona que no quise ser. Veo en el espejo a una persona que cuando le pregunto de su vida comienza a llorar, veo a una persona que se duerme de aburrimiento escribiendo su propio diario. Tomé mis decisiones. No me arrepiento por ellas, aunque la pregunta ‘¿qué hubiera sido si…?’ me mate poco a poco. Trabajo porque mi cuerpo es capaz de hacerlo. Soy buena haciendo lo que hago, pero cada día es igual de insoportable que el anterior. No niego que mis días tienen sus momentos, pero ninguno de ellos bastará para sanar mi alma. No daría la vida por ellos, no me sacaría los ojos por ellos, es más, ni siquiera los pelos de la nariz. ¡Si tan solo no hubiera estado viva alguna vez, no extrañaría! Pero ya he vivido, he sentido, he estado dispuesta a dejarlo todo por una mirada, por un logro, por una palabra, y esa nostalgia es lo peor del presente.

»Me gustaría volver a sentir que la sangre corre y se arremolina en mi cara al sonrojarme, en mi sexo al excitarme, en mis manos, en mis labios con ganas de darse insaciables para darle de beber mi vida a quien yo ame. Quiero sentir que existo, sentir que me ocurren cosas, razonables o inverosímiles, que me saquen de mi refugio de confort. Lo que quiero es esperar cosas, despertarme antes que el reloj despertador, desesperada por apurar a la esperanza mientras el reloj corre lento tan lento porque las ganas de una posibilidad son tan profundas y absolutas, tan cargadas de ese sabor que me hace falta. Me muevo porque me tengo que mover, pero nada me mueve. Voy presurosa a ninguna parte que yo quiera ir, sólo voy porque van los otros. Nunca pierdo el camino, pero tampoco me siento llegando a un destino. Que desahucio es la vida sin sobresaltos.»

En algunos aspectos se siente como una joven de veintitrés años en un cuerpo prestado, más viejo y acabado. Me dice que está anclada en la música que le gustaba hace años y que cada vez reconoce menos canciones en la radio o en los lugares a donde va. Se ha dado cuenta que cada vez da más consejos sin que se los pidan, y que cada vez le dicen señora con más frecuencia, en lugar de señorita. Quiere ser alocada como antes pero las desveladas cada vez le sientan peor. Acude a lugares de moda para demostrarse a sí misma que es joven, y el resultado es abrumador. Mira a su alrededor y ve a otras más jóvenes y más frescas, con el atractivo sexual que sólo da la juventud. Mientras ella gasta mucho en cosméticos las otras se pintan de lozanía; imposible competir con ellas, incluso con muchos más recursos económicos. Ir a esos lugares es como si Supermán fuera a una fiesta en donde lo único que dan de beber es kriptonita. Lo que en otras más jóvenes sería un atuendo sexy, en ella sería un atuendo de golfa pretenciosa. Simple y sencillamente los hombres no la miran a ella, miran a las otras, mucho más frescas, jóvenes y deseables. Quizá la miren pero sólo como un premio de consolación. Mal augurio cuando de un grupo de hombres, el que se te acerca es el más gordito.




Siguiente entrega: (10/15) Amor de cambios de temporada.

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