martes, 24 de noviembre de 2009

(10/19) La curiosidad le gana al miedo

Temporada 1 – Episodio 4 – Entrega 10.




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14

 

Con el pretexto idiota de que no mancháramos la ropa con el aceite, propuse que todos nos desnudáramos. Vanette no llevaba sujetador así que sólo se tuvo que quitar el vestido de manta y aventar muy lejos las sandalias. Como ve que la estoy mirando, se para con una pierna flexionada, las manos pegadas al cuerpo en ademán coqueto, voltea un poco la cabeza y me sonríe, todavía con su moño al cuello. Ella era todo el regalo que mi vida necesita para ser feliz, sin duda.

Yo, al ver a Vanette tan desnuda, pues me desnudé tan rápido como mi verga dura me lo permitió. Margo pudo sospechar lo que le esperaba al ver desnuda a Vanette sin ningún recato y al verme a mí con la verga muy tiesa, con su único ojo contemplándolas a ambas en actitud de indecisión, desconcertada por no saber a cuál cogerse primero, si a la más buena o a la más jugosa.

Si Margo pretendía huir, ese era el momento. Finalmente la curiosidad le ganó al miedo. Desde los dieciocho años se había imaginado el sexo, pero como muchas mujeres, no se había visto ni sus propios genitales con detenimiento. Sus amigas de religión no le habían ayudado mucho a callar sus voces interiores, sino que más bien le convencieron que no indagar era la ruta más prudente para conseguir marido y ser una mujer honorable. Pero ahora estaba ahí, con una mujer desnuda encima, una mujer tan joven y hermosa como ella fue alguna vez, que olía a cuerpo fresco y a sexo, que sin pedirle permiso la besaba como nunca ningún novio se había atrevido a hacerlo. Una mujer que la poseía con el único permiso de su propia discreción. De pronto se dio cuenta de lo precario de su situación. Siendo tan religiosa, pensó «Padre, ¿por qué me has abandonado?» Vanette sería su cruz esa noche, los orgasmos los clavos, y yo me pondría lo más Barrabás que pudiera, para no desentonar esa pasión.

Simplemente era incapaz de escaparse ahora.

Vanette la desnudó tan rápida y delicadamente que no supo ni cómo había pasado de ser la mujer recatada que todos conocíamos, a la mujer desnuda sentada en el sillón de mi casa, a la espera de la profanación de todos sus templos. Antes de que terminara sus francamente inútiles reflexiones de lugar, tiempo y grado de desnudez, vio cómo Vanette se subía nuevamente sobre ella, con la firme intención de que sus coños se juntaran de alguna manera. Yo me senté en el suelo para mejorar mi perspectiva. Ver dos coños así tan cerca me enterneció tanto que casi derramo unas lágrimas al conmoverme de tan sublime espectáculo; era como estar viendo un atardecer de otoño, la primer sonrisa de un recién nacido que lleva tus genes, un arcoiris, una aurora boreal o una mariposa technicolor batiendo sus alas.

Sus labios genitales estaban a menos de dos centímetros uno del otro. En ciertos movimientos de Vanette, el piercing que tenía en el clítoris tocaba el clítoris de Margo, que se asomaba de forma tímida sobre su espeso vello púbico, como pidiendo permiso de ver el mundo.

Dada la posición de Vanette se me ocurrió la fabulosa idea de estimularle el punto G. Con frecuencia la gente no encuentra el punto G, y es que no saben ni dónde buscarlo. Pienso que la suerte es donde coinciden la capacidad y la oportunidad. La oportunidad estaba ahí sin duda; podías darte cuenta de ello viendo el coño de Vanette tan jugoso y tan dispuesto a ser explorado. La capacidad, la técnica y las ganas también estaban ahí presentes, en mis manos expertas y sin pudores; podías darte cuenta viendo mi guante de látex y mi mirada viendo justo ahí. Me recosté en el suelo y me coloqué entre las piernas de Margo.  Qué suerte la mía.






Siguiente entrega: (11/19) Saber tocar.

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