sábado, 14 de noviembre de 2009

Episodio 4: Fiesta de cumpleaños con Margo y Vanette

Temporada 1 – Episodio 4 – Entrega 1.





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MargoNormal[1]

1

Mis amigos saben que mi cumpleaños es un muy buen pretexto para los excesos, así que en su calendario marcan como días inhábiles mi cumpleaños y varios días después. La precaución nunca está de más, pues nadie tiene la certeza de poderse parar por su propio pié después del Apocalipsis de los sentidos.

Nunca está planeado lo que termina sucediendo en dichas fiestas; más bien pienso que la gente que acude es la que termina sucediendo a sí misma, en una insistencia insensata por hacer un poco más vibrante su biografía. Reunir a tanta gente tan rara y tan sin límites en un mismo lugar siempre es garantía de imponderables. Todo es un incierto, pues nadie sabe si terminará casado con alguien de su mismo sexo en un rito vudú muy antiguo, si amanecerá con el nombre de alguien que ni conoce tatuado en una nalga o en el pene, con un arete en el clítoris o en una tetilla, o si alguien desaparece para nunca más volver a ser visto. Da un poco de miedo, pero es pecado no acudir.


2

Este año no hay nada que contar, ha sido de lo más ordinario. La culpa fue del estúpido de Eric, que según él, organizó mi fiesta sorpresa con la eficacia que le caracteriza. Bien justificados tiene su padre los dos infartos que le han dado, al saber que Eric es su único hijo y que en sus hombros descansará el negocio que por generaciones ha sido de la familia. Seguramente Eric hará su magia y todo será un recuerdo bastante pronto.

Como se supone que no me debía enterar, supe de su eficiente labor organizativa después que me lo  explicaron con detalle. Al principio se propuso como lugar mi casa en La Condesa, aprovechando que algunos de mis amigos tienen la llave y que yo estaba ausente gracias a un viaje que hice a Monterrey, ciudad que cabe decirlo, me caga. La idea era que nadie me felicitara en todo el día, que yo me sintiera fatal por la sensación se ser parte de ese nutrido grupo de los olvidados del mundo, para luego entrar a mi casa llegando de viaje, abatido y solo, y encontrarme a todas mis amistades desnudas y con un gorrito puesto, a un burro, un travestido, la abuelita de Eric, una tragaespadas que también es contorsionista, un perro gran danés, un diputado federal y a un par de enanos diabólicos. Es decir, lo usual en una fiesta sorpresa. ¿Se puede algo más cliché que eso? Yo pienso que no.

Parecía buen plan, pero algunos opinaron que eso era de pobres, y fue donde las opiniones se dividieron en torno al ambiente deseado para celebrarme. Como si no supieran que lo mío es la vida hogareña y de recogimiento espiritual, no sé, rezar el rosario doloroso o algo así.

Mis amigos querían un ambiente un poco más de borrachera, mientras que mis amigas querían un ambiente un poco más light, en donde se pudiera cenar algo delicado y fino, tomar moderadamente, bailar si acaso, y platicar a gusto del rumbo del mundanal mundo.

Según me dijeron, el mamón de Eric, que es un fanático de los gadgets, estaba estrenando su nuevo teléfono móvil de concepto, que aún no se vende en el mercado; quería que todo mundo se enterara que sabía enlazar conferencias telefónicas con el aparatejo y ahí fue donde todo se echó a perder. Al querer poner de acuerdo a todos con un teléfono siempre hay alguien que no te pone atención, y el resultado es que la gente termina en el lugar equivocado. La idea era comunicar que yo andaba de viaje en Monterrey y que todos me esperarían en mi casa a mi llegada, ahí  estaríamos un rato y luego nos iríamos a un lugar que no estaba decidido aún. Pero algo falló en la comunicación con Eric como medio, pues la mayoría de mis amigos entendieron que había que viajar a Monterrey y que yo los esperaría a su llegada para irnos a una casa que compré allá. Dios bendiga a Eric, y que lo premie con un ataque mortal de hemorroides africanas.



Siguiente entrega: (2/19) Tranquilidad deseada.

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