domingo, 22 de noviembre de 2009

(8/19) Manos bonitas

Temporada 1 – Episodio 4 – Entrega 8.


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12

Las mujeres siempre saben cuando alguien las mira con deseo. Si no se entregan es porque las dudas son más grandes que las ganas, o porque no quieren entregarse, simplemente. Nunca es porque no se dieron cuenta de que alguien quería con ellas. ¿Qué hacer cuando quien te calienta es alguien de tu mismo sexo? ¿Qué puedes hacer cuando contra natura te propone que lo intentes al menos por una vez? ¿Qué haces cuando te das cuenta que descaradamente te desea tu propio género, que se aproxima y que tu conclusión está muy fuera de toda duda?

Yo estoy seguro que Margo se dio cuenta que Vanette iba por todo con ella. No sabía qué hacer con ese calor que le estaba dando de pronto viendo a Vanette, de cuerpo tan perfecto; quería recompensarle el espectáculo de las bragas, al igual que su profunda y total atención. Quería ser amable con ella. Sólo había un pequeño problema: con Vanette eso nunca era tan simple. Con ella ser amable no servía más que para provocarla.

Cuando Margo se reía con facilidad bajo el efecto de las copas, Vanette decidió que ya estaba el ambiente muy caliente y comenzó su ya mundialmente famosa rutina de las manos. «¿Cuántos años tienes? ¡No, mejor no me digas! Déjame adivinar. Siempre sé la edad de las personas viéndoles las manos.» Margo se las enseñó. «Tienes treinta y cinco», dijo. Y era cierto, ya que su habilidad de adivinación era real. Margo, como era de esperarse, quiso repetir el truco y le pidió a Vanette que le mostrara las manos para intentar lo mismo. Vanette se las mostró. Eran las manos más hermosas que había en el planeta. Tersas, suaves e hidratadas, con dedos largos y finos. Las uñas estaban impecablemente tratadas y pintadas, aunque cortas. «Que preciosas manos. Nunca había visto unas manos tan hermosas. Mira las uñas, que bonitas. ¿Por qué no te las dejas más largas?» «Es que más largas no podría aplicarles el tratamiento que les aplico.»

Según me había dicho Vanette, siempre que le hacían ‘la question’ tenía un orgasmo.

«¿Qué haces para tenerlas tan bonitas?», preguntó Margo. Voilà! Vanette cerró un poco los ojos, tembló un poco y exhaló aire. «Merci.» Yo sabía que una vez que Vanette comenzaba el cachondeo, cada que decía algo en francés equivalía muy probablemente a un orgasmo.

«Te muestro cómo le hago si me prometes no decírselo a nadie», le dijo Vanette, ya un poco recuperada. Se levantó la falda y con elegancia sensual se quitó las bragas y se las dio a Margo en las manos antes de que pudiera decir otra cosa. Abrió las piernas lo más que pudo, asegurándose de estar bastante cerca de Margo. El coño de Vanette estaba muy húmedo, así que no le significó mucho problema meterse casi toda la mano derecha en el coño. «Si todos los días las metes ahí, estarán hermosas. Las uñas lastiman, y es por eso que es mejor llevarlas cortas.»


13

Margo abrió mucho la boca, como a punto de decir algo. Justo antes de que actuara, Vanette se sacó la mano del coño y se montó a horcajadas sobre las piernas de Margo. Se le quedó mirando fijamente, y era claro que al igual que una serpiente, la estaba encantando con la mirada, subyugándole los peros posibles. Cuando Margo quiso manifestar con palabras su consternación, Vanette le esclavizó la libertad de expresión con un beso apasionado en la boca, intenso pero delicado, sabrosísimo, que acompañó al hábil movimiento de manos con el cual comenzó a desabotonarle el vestido por el frente. Seamos honestos: nunca la habían besado así de rico y nunca nadie se había a atrevido al asalto tan sin culpa.

Sólo las mujeres saben quitar un sujetador con tanta rapidez. El de Margo salió volando rápidamente. Vanette se apoderó de sus tetas y le hizo sentir para qué servía el piercing que tenía en la lengua. Lamió con especial gusto los pezones, al mismo tiempo que le apretaba las tetas con la presión exacta que se requería. «No… Detente… Estoy muy tomada», dijo Margo, que movía los brazos como si fuera una marioneta manejada por un titiritero muy ebrio.

En otras circunstancias yo habría detenido la acción, dado que una de las reglas de mi casa ordenan que nada se hace sin el consentimiento de las personas. Claro, la negativa debe ser dicha con el cuerpo y con la mirada, y no con palabras. Margo decía que no pero comenzaba a retorcer el cuerpo y a tomar por la cintura a Vanette mientras la besaba. Según ella se movía violentamente para quitarse a Vanette de encima, como si la francesa no fuera tan menudita como para aventarla muy lejos.

Yo tenía la disyuntiva de irme a acostar a mi recámara con una rebanada de pastel y dejarlas hacer lo suyo, o ir a la sala y participar. Como vi que Vanette ya estaba escurriendo jugos del coño y nadie le hacía nada, me apiadé un poco de la pobre mujer.

Yo y mi maldita costumbre de sacrificar mi propio descanso por hacer el bien a mis amigas. Espero que no me vayan a querer beatificar en el futuro por ser un varón tan compasivo.


Siguiente entrega: (9/19) Indecencias al oído.

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