lunes, 2 de noviembre de 2009

(10/20) Miradas indiscretas

Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 10.


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11

Al estar sentados uno frente a otro en el café me dediqué a mirarla y ella lo notó. Después, de forma despreocupada comencé a verle las tetas, con atrevimiento y naturalidad, pero sin ser vulgar y lascivo. Ella instintivamente trató de cubrirlas, sonrojándose. Hizo como que le daba frío y se puso el chalecito. «Déjame verte.» «¿Ver qué?» «Tú sabes qué. No seas mala conmigo. No es simplemente que quiera, es que lo necesito. No te lo puedo decir en este momento, pero créeme, tengo un motivo muy poderoso para verte. Es un asunto artístico, te lo juro.» Pronuncié todo eso, más como una orden amable que como una petición desesperada. Ella me contestó que no fuera tan bribón. Me dijo que bien sabía que ella era casada. «¿Y acaso las casadas no son atractivas? ¿Por qué me privas de ese espectáculo?», le dije yo, sin rogarle, pues bien sé que a una mujer no se le ruega.

Ella comenzó a explicarme que no le gustaba que la miraran así y en público, porque se sentía incómoda. Se sentía una facilota, una putona. Bueno. Sí le gustaba, siempre y cuando fuera su marido quien la viera, aunque al imbécil ni le importara por cierto. «Entonces me quieres decir que no te gusta que te miren. Pero después sí te gusta que te miren. Y que la persona que debe mirarte para que te guste, no te mira. No entiendo de verdad. No entiendo entonces por qué sales a la calle hecha una diosa, para luego sentirte mal cuando te adoran. Te arreglas, es un hecho. Para gustar, es un hecho. ¿Qué hay de malo en gustar entonces? Las mujeres van, compran ropa y se fijan si el trasero o el pecho se les ven bien. Si no, no compran. Luego si alguien les mira el pecho o el trasero se sienten mal. Se ponen minifalda y se bajan la orilla lo más que pueden. Se ponen pantalones a la cadera y luego se los suben. Usan escotes, que luego cierran, y simple y sencillamente lo soporto porque es hermoso verlas. No por nada la palabra paradoja es femenina.»

Dije todo eso en un tono divertido, casi dramático, tapándome los ojos como no queriendo ver. Ella mientras tanto se reía de mis desplantes. Si quieres que una mujer te tome en serio, hazla reír; entre las risas y los jadeos hay muy poca distancia.

Yo le dije entonces que ella ganaba. Es más, le pedí que se tapara lo más que podía. Ella se enrolló en el chal y cruzó los brazos sobre el pecho, divertida. Como no me dejaba ver, pues tendría que recurrir a la tecnología. Saqué de mi abrigo unos lentes de color amarillo y le dije que eran alemanes y que habían sido desarrollados para la verificación de seguridad de los aeropuertos. Le dije que los policías de seguridad alemanes habían detectado que actuaban también como rayos X, pues mostraban a la gente desnuda o en paños menores.

Por supuesto no me creyó, pero no me dijo nada. Seguía riéndose. Le advertí que la iba a mirar y que no me lo tomara a mal, que me tomara como lo que era, un artista, fotógrafo y poeta loco, obsesionado con la estética y la imaginación. Ahí era cuando la información recopilada al momento de su llegada me iba a servir. Comencé a explorarla y ella me desafiaba, como retándome a verla con mi visión de rayos X.

«Seguramente traes puesto un bra delicado, con un moñito al centro, muy coqueto. Los bordes de la copa han de tener un encaje delicado, como enmarcando tus pechos. Generalmente utilizas un bra cualquiera, pero hoy no. Hoy es especial. Es bonito porque es sexy, y es sexy porque te sientes sexy y porque sinceramente piensas que eres bella, y lo piensas porque sabes que la belleza vive en el ojo del que mira, en su imaginación y en sus ganas de adorar, y bien sabes que yo soy un fervoroso creyente de tus formas; te sientes bella porque sabes que te veo bella, y uno siempre proyecta lo que piensa, ¿o me equivoco?» «No.» «¿Sigo adivinando?» «Por favor.» «Bueno. Dentro del bra están tus pechos. Firmes. Redondos. Preciosos. Siempre nuevos y orgullosos de proclamarte mujer ante el mundo. Tus pezones han de ser la cereza perfecta para el pastel de la vida. No sólo por su forma tan apropiada, sino por el sabor que seguramente tienen. Si pudiera ver más abajo ¿qué me podría encontrar? ¡Pero qué veo! Traes una tanga blanca y delicada, con encaje en los tirantes. Son de vuelo alto me aventuré a inventar, porque sabes que hacen ver a tus caderas bien perfiladas, sensuales y magníficas. Y más allá, te veo el sexo, maduro, cuidado, sabroso, con la cantidad exacta de vello que se requiere para ser inmortalizado en una fotografía. Se ven unos labios verticales, finos y perfectos, que al abrirse seguramente descubrirán una flor de loto que provoca placeres inagotables. Con esos labios son con los que me dedicas tu sonrisa más secreta, esa que me dedicas sólo a mí.»

Como parecía estar adivinando todo se sonrojó. Estoy seguro que por un momento pensó que los lentes tenían poderes reales. Ella me preguntó si en verdad veía todo eso, a lo que yo contesté que veía mucho más. Tanto que no se podía explicar con palabras sin faltarle el respeto a las imágenes tan hermosas que veía. Para describir las imágenes, nada como las imágenes.

Le comenté que me habían pedido una exposición de imágenes avant garde en una galería, pues, creo que de Nueva York. Le dije que nada me gustaría más que hacer unas fotografías de su cuerpo en ese momento, aprovechando que lucía tan radiante. Ella dijo que le parecía buena idea.

Nos dirigimos a toda prisa a mi casa.


Soundtrack:

Este episodio se lee mejor si escuchas “Te tomaré una foto”, de Tiziano Ferro. Este CD es muy recomendable.

Escuchar aquí el tema

Siguiente entrega: (11/20) Pastillita.

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