domingo, 8 de noviembre de 2009

(16/20) Guantes y espejos

Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 16.


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19

ManoloAloneDespués se puso de lado respecto a la verga y pegó sus labios como si se tratara de una paleta helada, aunque era todo lo contrario, y comenzó a chupar arriba abajo el tronco al mismo tiempo que con la mano cerraba un aro formado con el pulgar y el índice, trabajando el glande. Tomé foto.

Estaba muy excitado, así que me separé un poco de Miranda, pero sólo para ir a mi cajón y sacar lo mío.

Extraje un par de guantes de látex y aceites. Arrastré el espejo que tenía en la sala y lo puse enfrente de donde estarían sucediendo las cosas, frente al sillón. Miranda me quitó la cámara y me fotografió mientras me ponía los guantes; como ella me ha dicho en ocasiones, ver cómo me pongo los guantes es casi una promesa de humedades, pues te das cuenta que no puedes hacer nada para detener a ese perverso que se esconde atrás del látex, un tipo que con rudezas te hace saber lo romántico que puede ser un hombre en la cama. Ahora ella iba a capturar en imágenes mi desenfreno.

La senté en el sillón, frente al espejo, y le abrí las piernas. Le puse una cantidad abundante de aceite en los muslos y en la entrepierna. Miranda fotografió su propio coño brillante. Luego le tomó una foto a mi verga tiesa, aunque probablemente salga borrosa, dado que al momento de la foto se estaba moviendo.

Hincado frente a Miranda introduje los dedos índice y medio de mi mano derecha en su ya muy jugoso coño. La palma mirando al techo. Comencé a buscar su punto G, ahí donde lo había dejado la última vez que nos habíamos amado como locos. Lo encontré y comencé a estimularlo. Me incliné para chuparle el clítoris. A cuatro patas parecía un perro muy obediente. Primero le di unas lamidas de la misma forma que un perro lame el coño de una perra en celo. Cuando el clítoris estaba en su punto más erecto comencé a sorberlo. Miranda aprovechó mi posición para tomar foto de mi reflejo en el espejo. Mi trasero apuntaba hacia el espejo, así que tomó una fotografía de mi culo prieto y peludito. Después, tomó una foto de mi verga colgando, tiesa. Conforme yo me movía al hacerle el sexo oral, mi verga se balanceaba como un péndulo erótico de movimiento continuo. De todo ello Miranda tomó fotos.

Después de un momento el vientre de Miranda comenzó a temblar. Una de sus piernas comenzó a moverse como si le hubieran robado una bicicleta que sólo tenía un pedal. Comenzó a correrse en mi boca mientras le sorbía el clítoris y le estimulaba la pared frontal de la vagina. Se escuchaba que tomaba fotografías, pero la verdad era que tenía los ojos cerrados y sólo dos o tres fotografías capturaron realmente su corrida profusa. Me separé un poco para ver la escena. Yo le sonreí, así de inundado como estaba, y ella me tomó una foto con su eyaculación en mi barbilla. Fácilmente podía haber llenado un vaso con sus jugos, ponerle un palito y meterlo en el congelador, para tener una paleta helada de amor con qué refrescarme camino al infierno.

Sin mí en su vida esa foto hubiera sido imposible. No porque yo fuera el único que la excitara al grado de explotar en una eyaculación deliciosa, sino que antes ella hubiera detenido el momento sexual al tener la sensación de querer orinar, para luego ir al baño y darse cuenta que no podía orinar nada. Y es que cuando se le encuentra el punto G a una mujer es muy probable que eyacule. Lo que yo recomiendo en esos casos es que en el momento del clímax la mujer haga caso omiso a la sensación de querer orinar, que no se ande con pudores, que se abandone al placer y que explote soltando los fluidos, tesoros y perfumes que quiera, marcando el cuerpo de su amante como su territorio. Yo le enseñé eso a Miranda y ahora ella sabía correrse sobre mí, causándome un placer inmenso.

Saqué finalmente mis dedos de su coño. Cambié de guantes, dado que iba a trabajarle el delicatessen y nunca debes meter lo que había en un agujero en otro. Es una regla del reverendo Manolo: cada agujero su guante.

Ella seguía recostada boca arriba en el sillón, así que le pedí que se volteara y se colocara de rodillas para hacerlo en la posición de perro, con su pecho pegado al sillón. Le pedí la cámara. Le tomé una foto de lo cerrado que estaba el epicentro de su impudor, y de lo relativamente limpio que estaba su coño en este momento. Se me ocurrió que bien podría usarse como evidencia para una secuencia antes y después.

Estando así empinadita como estaba metí mi verga en su coño y comencé a darle duro, tal como me lo estaba pidiendo. «Métela con fuerza. Quiero sentirla toda. Quiero que te corras dentro de mí. Quiero que seas mío. Mira lo rico que entra y sale. Despacio, que quiero sentir como se desliza poco a poco la inmensidad de lo que me estoy comiendo por ahí. Aprovecha de una vez y mira mi culito delicioso. Sé que te gusta papito. ¿Te gusta, eh? Sé que sí, no me lo niegues.»

Yo mientras tomaba fotos.

La posición en la que estábamos es la ideal para estármela cogiendo y viéndole el ojo del culo al mismo tiempo. Entonces comencé a trabajarle su rica y hospitalaria cavidad anal con el dedo pulgar. Muy lubricado, como debe ser.

Estaban sucediendo muchas cosas al mismo tiempo: mi verga entraba y salía por el coño de Miranda. Mi dedo se movía frenético en su culito hermoso. Ella con su mano izquierda —porque es zurda—, se trabajaba el clítoris, mientras que con su mano derecha se pellizcaba el pezón izquierdo, tan fuerte que casi dejaba de dar placer para convertirse en dolor. Pasaba todo eso mientras ella tenía la cabeza volteando hacia mí, mirándome, haciéndome preguntas con los ojos y yo respondiéndole, igual, con la mirada: «¿Yo te gusto Manolo?» «No me gustas, me encantas.» «¿Te gusta mi coño, es jugoso?» «El más jugoso.» «¿Y mi culo? ¿No te molesta que no me la puedas meter por ahí? ¿Qué me duela me perdonas?» «Perdóname tú por desear metértela por el culo como un loco. Tú eres perfecta, yo soy el culpable por tener la verga gruesa.» «¿Me amas, aunque sea poquito?» «Te amo con todo mi corazón.»

Mientras dialogábamos con la mirada, mi mano, que a veces se manda sola, se aventuró a meterle dos dedos en el culo: el índice y el medio, que era la cantidad máxima que Miranda soportaba. Podía acariciarme mi propia verga con mis dedos, dentro del cuerpo de Miranda. Tomé foto. Aunque ganas no me faltaban de profanarle el sanctum sanctorum, la verga no entraba por ahí; ya lo habíamos intentado alguna vez, pero le dolía, así que no lo intenté ahora siguiendo mi doctrina de ser respetuoso de los límites del culo de cada persona. Dos dedos estaban bien para ella, así que para mí también. Seguramente alguna verga delgada sí entraría alguna vez, pero no la mía, ciertamente.  Ya le había yo explicado que lo que cabe en la boca cabe en el culo, pero el miedo que tenía a ser sodomizada, aunque fuera con el cariño y la técnica necesarias, hacía que se pusiera nerviosa y que su tímido esfínter se cerrara en lugar de abrirse. ¡Algún día Mirandita, algún día!


Soundtrack:

Este episodio se lee mejor si escuchas “Te tomaré una foto”, de Tiziano Ferro. Este CD es muy recomendable.

Escuchar aquí el tema

Siguiente entrega: (17/20) Rimming.

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