viernes, 6 de noviembre de 2009

(14/20) Posando descarada

Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 14.






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17

 

ManoloAloneLe dije que apoyara las rodillas en el borde del sillón de la sala y que con los brazos se apoyara en el respaldo. Le pedí que abriera un poco los muslos, que arqueara la espalda, que me mirara con el rostro más inocente que pudiera. Ella lo hizo. Tomé la foto.

Después le pedí que, así como estaba, tratara de apoyar el pecho en el sillón, mirándome. Con ello sus caderas quedaban al aire y se podía ver claramente las maravillas recónditas de su entrepierna. Le pedí que, utilizando la mano derecha, se abriera un poco el coño, asegurándose que el dedo medio quedara justo sobre el clítoris, y que el índice y anular abrieran bien los labios. En ese preciso instante el aire se me fue a no sé donde; al ver un coño siempre me sentía ante la presencia de Dios nuestro señor, y esta ocasión no era la excepción. Cada día que pasa me convenzo más de que la mujer es un ser muy superior al hombre: su vagina es delicada pero indestructible, puede protestar por la presencia de un dedo o una verga, y al mismo tiempo soportar la salida de un ser humano en el momento en que se digna a regalar la vida en un suspiro. 

Estaba perdido en una nube de contemplación gozosa, en un éxtasis irremediable, me sentía de nuevo en el vientre de mi madre. Comprender la belleza del cuerpo femenino es trabajo de toda una vida. Mi limitada capacidad mental sólo me alcanza para concluir que la vagina no se crea ni se destruye, solamente se transforma.

Cuando volví de ese lugar de asombro donde me encontraba, le pedí que pasara por su espalda el brazo derecho y que colocara el dedo índice sobre el ojo del culo, como tapándolo. Tomé la foto.

Le pedí que extendiera hacia atrás sus dos brazos y que con sus manos abriera sus nalgas lo más que pudiera, pues quería aún más detalle de su hermoso trasero. Quería un acercamiento en donde se vieran sus orificios exigidos al máximo, estirados horizontalmente, junto con la finura de sus delicados dedos y el detalle de sus uñas bien cuidadas. Tomé la foto.

Como buen fotógrafo, le marcaba el sendero que conducía a la desinhibición total, diciéndole verdades pocas veces escuchadas por ella. «Abre más esas nalgas preciosa», le dije, «porque sabes que me encanta. ¿Qué mérito tiene que alguien te ame el rostro, o los senos? Son tan bellos que es una obligación el adorarlos. Pero el culo, ese sí que es la máxima prueba del amor. Si alguien te lo adora, te lo besa y te lo quiere mirar, sabes que para ese alguien todo en ti es perfecto, todo es rico, todo es hermoso.»

Le pedí que se sentara en el sillón, que cerrara las piernas, como si estuviera muy seria. Le pedí que se tomara los pechos de tal forma que sus manos tocaran los pezones. Le pedí que se los acariciara hasta que se hincharan. Lo hizo. Después le pedí que juntara sus dos manos y las pusiera en su nuca. En ese momento le pedí que sonriera, que me mirara y que me hiciera un guiño con el ojo derecho, abriendo un poco la boca de tal forma que se viera un poco la lengua entre los labios. ¡Que mirada tan profunda me dedicó, y que sonrisa tan intencionadamente lasciva!

Como se distrajo un poco al tomarle esta fotografía, le tuve que decir «pajarito, pajarito», así que ella no tuvo más remedio que ver cómo crecía la verga entre mis piernas mientras le tomaba las fotos.

Le pedí que abriera las piernas, que separara los labios superiores de su coño y que me mostrara la rosa eternamente sin dueño de su sexo. Su coño, ya muy húmedo, daba la impresión de una flor tímida siendo vista después de una noche de rocío. Tomé la foto.

Luego le pedí que se masturbara, porque quería fotografiar su rostro mientras lo hacía. Le tomé varias fotos. Cuando pasaba los dedos por el clítoris, cuando pasaba la palma de la mano abierta sobre el coño, tocando lo más posible, cuando se le iba la mano hacia el oscuro centro entre sus nalgas como no queriendo hacerlo, cuando de repente hacía un truco de magia, desapareciendo dos o tres dedos en algo que no era precisamente un sombrero de copa. Yo alarmado, pensé que de un momento a otro podría sacar un conejo de su cuerpo, pero no sucedió: era sólo un ilusionismo apasionado de mi mente enamorada.

Cambié el modo de la cámara a modo ráfaga. Cuando vi que comenzaba a tener un orgasmo, le tomé muchas fotos, de tal forma que quedó una secuencia de fotos que mostraban la progresión de un orgasmo en el rostro femenino. Volví a colocar la cámara en modo normal, foto a foto, sólo para capturarle con la lente el satisfecho coño después de un orgasmo. Satisfecho, sí, pero sólo por un momento.


Soundtrack:

Este episodio se lee mejor si escuchas “Te tomaré una foto”, de Tiziano Ferro. Este CD es muy recomendable.

Escuchar aquí el tema

Siguiente entrega: (15/20) Príncipe azul.

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