martes, 17 de noviembre de 2009

(3/19) Belleza inesperada

Temporada 1 – Episodio 4 – Entrega 3.



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4

 

A mi casa llegó de improvisto Margo, que es la mujer más hermosa que conozco. Carga un regalito en una de sus manos; en la otra mano, como es de esperarse en ella, habla por su teléfono móvil. Siempre lo hace, aunque no sé con quién habla tanto, ni de qué. A veces sospecho que realmente no habla con nadie, que el aparato está apagado y que lo hace para verse interesante y ocupada al mismo tiempo.

Ella es muy religiosa y sólo me frecuenta por una tenaz obstinación evangelizadora. Sus padres, muy amigos míos, se dieron por vencidos tratándome de integrar a la vida espiritual, así que ella se empeña en terminar lo que sus viejos dejaron inconcluso. Yo sólo la frecuento porque me gusta tener sangre inocente cerca, que me haga pensar que la vida es posible de otra forma.

Su simple presencia ya es un regalo para la vista, así que no confiaría en que el contenido de la caja fuera a mejorar la situación. Me gusta tanto porque es una mujer de unas buenas tetas copa C, grandes, firmes y proporcionadas; tiene excelentes nalgas y un caminar extremadamente sexy, vigoroso y sensual. Tiene una cintura que dan ganas de abrazarla simplemente porque está cerca.

Dentro de sus demás atributos puedo decir que siempre viste elegante pero casual, cuidadosa en los detalles, siempre huele bien y el tono de su voz es dulce como la miel. Su piel es blanca, muy del tono de Annette Schwarz, que tantas erecciones me provoca sin control y sin explicación. Su boca es pequeña pero carnosa, de labios delgados y tentadores que invitan a robarle un beso o a recorrérselos con la yema de los dedos sólo para ver qué dicen por respuesta. Como siempre, luce impecable en ese vestido negro ceñido al cuerpo, de Marc Jacobs, su cinto ancho de W. Kleinberg, y sus zapatos de tacón negros, de Dior. Aunque está anocheciendo, trae puestos unos lentes obscuros de Chanel, muy a lo Jackie O, sólo para incrementar su puntaje fashion. Insisto en que es la mujer viva más hermosa que conozco, y vaya que conozco a muchas.



5


Más allá de cómo viene vestida, sé que oculta sorpresas. Me refiero a su atributo secreto: su lengua. Ella no sabe que desde hace tiempo alucino un poco pensando en su lengua y en las mil maneras en que puede ser utilizada. Una vez la observé comiéndose un helado de vainilla y pude darme cuenta que su lengua es inusualmente larga y flexible. Ver cómo lamía el cono, cómo mordía la puntita, cómo lo saboreaba, fue bastante excitante. Como hacía calor, llegado el momento el cono empezó a chorrear por todas partes; ella lo levantaba un poco y colocaba su lengua bajo el cono para que no se tirara la nieve fundida al suelo. La nieve caía gota a gota sobre la lengua y en ocasiones corría hacia su garganta y en otras hacia su barbilla. Me sorprendió mirándola de forma extraña, por lo que me preguntó si me pasaba algo, verdaderamente ajena a los malos pensamientos que mi mente tejía. Hice como que algo se me atoraba en la garganta. No podía hablar y decirle que me estaba corriendo en ese instante.

De sólo recordar aquella escena tuve una erección ahí mismo. Para que no se diera cuenta de las nuevas dimensiones de mi entrepierna desvié mi atención estirando las manos hacia el regalo que me traía. Realmente mi estrategia no me ayudó, porque ella tratando de fingir un abrazo arrebatado de felicitación tropieza un poco deteniéndose en mi cuerpo, pegando su cuerpo con el mío, regalándome de paso una oleada de su divino aroma de mujer hermosa. Se pega tanto a mí y la tengo tan dura, que es imposible que no haya sentido que tengo una erección.

Se separa de mí y me entrega el regalo. Lo abro y es una camisa de cuello ‘tipo’ Polo. Es decir, no era una Polo de Ralph Lauren, lo que garantizaba que no me la pondría nunca. Además, nunca nadie en los últimos cinco años me ha visto con una camisa Polo puesta; a ella se le ocurrió que me podía reformar el buen gusto, así que la compró de mi color favorito. «Te verías muy juvenil», me dijo. ¿Pero quién coños quiere verse juvenil, la verdad? Soy un hombre adulto que se siente a gusto con su edad y la forma en la que luce. Mi atractivo es ese, verme solvente, maduro y cabrón, y ella lo quiere arruinar.

Le comento que muy probablemente hubo una confusión. Le digo que es muy posible que no llegue nadie más y por lo tanto no hay fiesta, que puede retirarse si lo desea. Ella se me queda mirando como quien no entiende por qué tuvo que ponerse guapa inútilmente. En eso llaman nuevamente a la puerta de mi casa y me comienzo a resignar un poco a que mis amigos irán llegando en abonos, en una carrera de relevos en donde cada persona que llega se siente con la obligación de estar ahí al menos dos horas, lo que garantiza que el anfitrión, que siempre llega el primero, se quede prácticamente hasta el amanecer riéndose por compromiso de chistes que no le hacen gracia.

Veo quién llama la puerta por el intercomunicador. Me lamento de ver que es Vanette, con lo que mis posibilidades de descansar se reducen al cero por ciento.



Siguiente entrega: (4/19) La terrible Vanette.

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