Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 7.
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Para ser un buen amante es necesario tener de verga lo que no se tiene de escrúpulos, pero más aún, hay que tener un excelente oído. Y bueno, el gran D a veces bendice a tipos como yo, dándoles todo.
Yo a Miranda la conocí haciendo fila en un banco; como vi que estaba insoportablemente buena le saqué plática. No hay nada más evidente en el mundo que una mujer insatisfecha; la ves y sabes que algo le falta. La confirmación la obtienes si la oyes hablar, dándote cuenta si el asunto que la tiene así es pasajero o es crónico, si es un tipo el que la causa o todos, o si es simplemente su compulsiva necesidad masoquista de sentirse desgraciada, que también las hay.
Con muy poco estímulo comenzó a sacar temas de su vida privada, cosa que hacen generalmente las mujeres desesperadas por que alguien las atienda. Yo descubrí la manía de Miranda escuchándola atentamente mientras me trataba de explicar aquello que le truncaba la sonrisa en ocasiones.
Ella se quejaba con insistencia de que su pareja ya no la miraba como antes. Pensándolo bien, creo que nunca la había mirado como Dios manda. La cuestionaba cuando se ponía prendas provocativas para salir a la calle, argumentando que otros la iban a ver. Si se pintaba el cabello de un tono distinto al habitual nadie se percataba. Se cortaba el vello púbico un poco, y sólo se daban cuenta las tijeras. Al hacer el amor era necesario apagar el foco —y los gemidos—, por aquello de los vecinos. Se había hecho nuevos agujeros en las orejas, y ningún comentario. ¿Una tanguita nueva con encaje? Para él, lo mismo unos calzones que otros. Pasaba en ropa interior frente al televisor y su marido le decía que se hiciera a un lado porque estaban pasando el resumen deportivo de la semana. «La carne de burro no es transparente... no me dejas ver los goles», le decía el muy pendejo, no dándose cuenta que la carne que tenía enfrente no era de burro, sino de la más exquisita calidad; con esa actitud, el único que no metería gol era él.
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«Pero la pareja es la única persona que escogemos realmente en nuestra vida. ¿Cómo no te diste cuenta que así era él?», le digo. Ella me mira por respuesta, porque no puede argumentar nada sin sentirse un poco tonta de saber que está donde está porque ella lo decidió así.
«Me casé porque no tenía inconvenientes. Comprendí muy tarde que a veces el amor es una forma de suicidio; es cierto, en mi relación no tengo problemas, pero las áreas de oportunidad son infinitas. No sé cómo fue que comencé a bajar por la pendiente de mi satisfacción; quizá se me quitó lo ciegamente enamorada que estaba, y comencé a necesitar un esfuerzo adicional de aquél a quien sólo le había pedido su presencia para ser feliz. Mi afectividad está en la cornisa de mi tolerancia, gritando con desesperación, pero no hay eco. Ahora soy lo que se llama una mujer transparente, no por la pureza de mis sentimientos y la franqueza de mis confidencias, sino porque nadie ve lo que soy capaz de ofrecerle a la vida. ¡Diablos! Soy tan joven y estoy tan guapa como para estarme quejando de esta forma tan desahuciada.
»El problema con las mujeres es que en cuestión de aprendizaje emocional nos manejamos a veces como todas unas aficionadas. Nos gusta meternos donde los problemas viven, y terminamos viviendo los problemas. Buscamos los círculos viciosos para mejorar su circunferencia; no es que me vista bien para ser mirada con deseo, sino al revés, me visto provocativamente sólo cuando sé que soy deseada ¿qué paradoja no? Dejas de gustar porque eres fodonga, y eres fodonga precisamente porque sientes que has dejado de gustar. Contigo, que me faltas al respeto con los ojos, no puedo más que darte tu merecido, que es una preciosa estampa de mujer. Me molesta que me veas como me ves, pero si supieras cómo lo necesito en ocasiones. En mi casa soy invisible, soy un fantasma que no ahuyenta ni a sus propios miedos de ser nadie. No recuerdo la última vez en que le puse llave a la puerta del baño mientras me bañaba, para que no me vieran la desnudez; y es que cuando a nadie le interesa verte no hay pudor. Ahora soy en mi casa un desnudo a puertas abiertas que se siente menospreciado. Me he vuelto muy exhibicionista en mi casa, quiero despertar deseos que de pronto creo ya muertos; el macho que me tocó tener en casa cree que ando semidesnuda por la casa porque tengo mucho calor o porque me quiero maquillar sin correr el riesgo de manchar mi ropa con un poco de polvo que se derrama. ¿Es tan difícil desearme?
»Mi marido entra al baño cuando estoy desnuda y me pide perdón por interrumpirme, cuando lo que me gustaría sería que se me quedara viendo, y que aunque yo le pidiera que me deje de ver, él no pudiera evitarlo; me gustaría que me tomara de las muñecas, me arrinconara en una esquina bajo la regadera, donde no pudiera escapar, que me escudriñara con la mirada y con el tacto, sin miedo a poner en evidencia las peores intenciones que en su corazón guarde; quiero que haga con mi cuerpo lo que se le antoje. Sólo así pondría nuevamente el cerrojo del baño y me sentiría propietaria de algo que es importante dar o negar. Las mujeres siempre deseamos tener el poder de decir que no a cosas que incluso deseamos.»
Soundtrack:
Este episodio se lee mejor si escuchas “Te tomaré una foto”, de Tiziano Ferro. Este CD es muy recomendable.
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Siguiente entrega: (8/20) Exhibicionismo.
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