Reverendo Manolo: (6/9) Destino veleidoso

Temporada 1 – Episodio 1 – Versículo 6.

Contarle mis cosas a Daisy es un ejercicio saludable que no me cuesta trabajo. Le abro mi corazón con la esperanza de que ella me abra las piernas alguna vez. Pero contarle mis laberintos ideáticos es una cosa y escribirlas otra. Eso del diario es un ejercicio inútil, pienso yo, ya que nunca nada me sale como yo lo esperaba. No veo cómo un recuerdo en papel de esa circunstancia me haga sentirme interesante. Vaya, hasta el concepto se me hace tonto: registra tu desdicha para que veas que no eres tan desdichado. O sea, no entiendo nada.

En mi vida nada es relevante. Nada es extraordinario. Todos los días, y me refiero a todos, deseo hacer algo y nunca termino haciéndolo. Dice Woody Allen que si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes. Nunca falta algo o alguien que me arruine la jornada; a veces pienso en darme por vencido y no hacer planes, ser un cuerpo a la deriva: al menos así no me decepcionaría de un sino que espero ver llegar y nunca llega. No sé si es Dios o el Diablo el que me sabotea la vida, el que me manda destinos y augurios en caprichosa sucesión. Como no sé si el resultado final de lo que me pasa será una bendición o una maldición, no sé qué fuerza sobrehumana es la que está detrás de los designios. Me gusta echarle la culpa al gran D —Dios o Diablo, lo mismo da—. A veces prefiero tratar con el Diablo, porque al menos con él se puede llegar a un arreglo. Dios es un proveedor monopólico de servicios de salvación y su servicio al cliente es de muy mala calidad. Nunca me contesta. Puede darse el lujo de tratar así a la clientela cautiva, sin perderla; sin duda alguna, y dicho con mucho respeto y reverente temor, Dios es un cabrón con un diabólico sentido del humor.