Temporada 1 – Episodio 2 – Entrega 4.
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Cinco minutos después de pensar lo que le haré, llega ella. Me levanto de la silla para recibirla. Le doy un beso en la mejilla, muy de amigos en público. No le digo nada, al menos con palabras que puedan ser escuchadas por las orejas indiscretas que nos rodean.
Con mi mirada le digo: «Hola mi amor ¿cómo estás?». Ella me responde con la mirada: «Estoy bien. Contenta de verte. Te extrañaba tanto ¿si sabes cómo?» «Sé cómo, y sé dónde.» Ella sonríe, y yo le sonrío también.
Ese día iba vestida con un ajustado pantalón de mezclilla deslavado, de Chanel, con cintura a la cadera y sin bolsas en el trasero. Arriba traía una blusita color blanco, de Dolce & Gabbana, que cruzaba al frente y que realzaba la estupenda forma de sus tetas. Yo pienso que Miranda está buena con D mayúscula, y aunque ella dice que sus pechos son grandes —cosa que todas las mujeres dicen—, creo que son del tamaño preciso para lucir la ropa. Es cierto, no caben completamente en la boca, yo lo sé, pero no por eso las criticaría. La blusa no era muy larga así que dejaba ver unos tres centímetros de piel antes de llegar al pantalón, lo cual era muy bueno para mis intenciones; además era sin mangas, lo que descubría sus estilizados brazos llenos de gracia. Como accesorios en los brazos portaba un reloj, elegante pero casual, Techno Diamond, de Techno Marine —según creo—, acompañado con una pulsera de piedras de colores, muy a tono con la bolsa Luis Vuitton y con la pañoleta Hermés de 540 dólares que yo algún día le regalé y que nadie en su casa le preguntó cómo y dónde se la había comprado.
Portaba un chalecito, más por moda que por la necesidad de cubrirse. Lo llevaba sobre su bolsa, sin ponérselo. Otro elemento de su atuendo eran unas sandalias bastante chic que dejaban ver a la perfección sus hermosos pies, mismos que lucían un esmalte estilo francés, mitad transparente mitad blanco. En el tobillo izquierdo traía una pequeña cadenita de oro con una estrellita colgante, lo cual le daba un aire travieso y juvenil.
Sus mejillas estaban alegres, rosadas. Sus labios estaban pintados de un color fresco y en sus orejas traía un juego de aretes de piedras de colores que combinaban con la pulsera. Más allá de todo eso estaban sus ojos y su sonrisa, que hacían excesivos y obsoletos todos los demás artilugios de belleza.
Conforme al plan que he ideado antes de su llegada, tengo una misión imposible que cumplir o mis expectativas con ella se autodestruirán en cinco segundos. Realizo una maniobra con eficacia. Al recogerle la silla por detrás para que se siente, exagero el movimiento, provocándole una flexión muy pronunciada, instintiva y propia del que no quiere irse hacia atrás. Recopilo información respecto a su ropa interior. Veo parte de una tanga blanca, exquisita. Fase uno completada. Ya sentada le menciono que trae una basurita en el cabello; se sacude pero le digo que aún sigue ahí —miento—. Extiendo mi mano para quitarle la supuesta basura, pero sin acercarme mucho provocando que se incline, que baje la cabeza y que le pueda ver un poco el escote mientras pretendo removerle la inexistente basura. Ahí hay un bra muy bonito, con un moño rojo al centro y encaje en las copas. La exploro a fondo pero velozmente, pues necesito información que después usaré. Fase dos completada. Misión perversamente cumplida con éxito.
Soundtrack:
Este episodio se lee mejor si escuchas “Te tomaré una foto”, de Tiziano Ferro. Este CD es muy recomendable.
Siguiente entrega: (5/20) Importancia de la actitud.
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