domingo, 18 de octubre de 2009

(4/9) La proporción áurea

Temporada 1 – Episodio 1 – Versículo 4.

7

Confieso tener la maldita costumbre de ponerle atención a las mujeres al grado de amarles sus virtudes y sus defectos. No sé que me pasa que las encuentro siempre adorables, y Daisy no es la excepción. Cuando su terapia me comienza a aburrir, tiendo entre ella y yo un camino de contemplación, y me pongo a contarle los poros, a imaginarla de mil maneras. ¿Posiciones? Tal vez.

A veces dudo si estoy enamorado de Daisy, ya que nunca le rechazo una cita. En parte sería algo lógico, pues la buena carne siempre me jala.

Me doy cuenta que conforme uno va ganando años, las mujeres entre más robustas mejor; en mis veintes las exigía delgadas y bien formadas, pero luego vas aprendiéndole a la vida y te das cuenta que en invierno siempre conviene tener a una gorda cerca.

Tienen su atractivo psicológico: el trabajo rudo siempre se hace con herramientas grandes; partiendo de esa idea generalizada, una mujer voluminosa nos da la impresión de ser una mujer resistente; a una mujer resistente le puedes hacer cosas extremas sin preocuparte si la desbaratas, y bueno, poder hacerle cosas extremas a una mujer siempre termina por enamorarte al grado de necesitarla con devoción. Y es que cuando encuentras a una mujer que se deja hacer todo lo que te gusta no la dejas por nada del mundo; se convierte en tu droga, sin ella no funcionas, no estás satisfecho en ningún otro lugar y hasta matas por ella.

Daisy es robusta, de caderas amplias y pechos generosos, seguramente 36D, que a mí no intenta ocultarme con el traje sastre que mantiene impecablemente puesto con otros pacientes. Que sea pesada no quiere decir que no tenga cintura o que esté con la carne aguada y gelatinosa: conozco flacas que tienen menos firmeza que ella en las carnes. Tiene una piel blanca, tersa y brillante, extremidades bien definidas y un vientre que no se ve con barriga. Es una mujer imponente, de huesos amplios rodeados de una carne firme que me encanta.

Quizá no haya en el mundo alguien que ame más a las gordas que yo, ahora que lo pienso. Claro, siempre y cuando tengan la decencia y el buen gusto de tener unas tetas y un trasero grandes. A mis amigas que están gordas les digo siempre que pretendan la proporción áurea, pues es cosa de Dios; en lugar de esforzarse para adelgazar hasta que nadie las aguante con su obsesión de prohibirse el deleite de comer, mejor pónganse tetas, si es que les faltan. Que aprendan de Daisy, que si fuera música, seguro sería un do-re-mi-fa-so-la-si tocado por un sexy instrumento de cuerdas. La miro y no puedo dejar de mirarla, y es que lo importante no es el tamaño, sino su proporción. La vez pasada amenacé con matarme a mí mismo dejando una nota póstuma agradeciéndole a mi psicóloga sus sabios consejos, a menos de que me dejara medirle el cuerpo. Comprobé que aún siendo gorda, la proporción entre su cadera y su cintura, así como la proporción entre su pecho y su cintura, daban 1.62; desde luego, me sentí Euclides con los huevos llenos de jugo para darle. Daisy no será 90-60-90, y ni falta le hace; de todas maneras tiene la proporción más armónica para la sensibilidad humana, sin importar la cultura o la época.

Además, para colmo, verme la embellece. Cuando llego yo a la terapia soy como un vendaval de aire fresco. Dice que conmigo puede descansar un poco del look de psicóloga que debe mantener siempre todo el día. Llego y se quita el saco del traje sastre, Carolina Herrera desde luego, azul marino desde luego. Deja a la vista una blusita pegada de un azul oscuro que hace juego con el traje; la blusa es bastante escotada, por lo que supongo que la utiliza más como interior que otra cosa. Se sienta en un sillón con la pierna cruzada, aprovechando las facilidades que le brinda su pantalón sastre; yo por mi parte aprovecho que cruce la pierna para poder apreciar lo grande de su muslo. Con una mano coquetea enrollándose un rizo. Pone su mano sobre la pierna que tiene cruzada y se dedica a escucharme con morbo.


Soundtrack: Este episodio se lee mejor si escuchas “Vida Loca”, de Francisco Céspedes.

Escuchar aquí

Siguiente entrega: (5/9) El privilegio del olfato.

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